¿Cuánto deberían pagar los grandes contaminadores? El Acuerdo de DuPont proporciona un modelo a seguir

Un biólogo logró relacionar un derrame de mercurio por parte de una empresa con la contaminación de las aves cantoras, y encontró un nuevo modo de hacer que los contaminadores fueran responsables a nivel económico.

Las noticias llegaron en una tarde de calor sofocante de verano como cualquier otra, destinada a la recolección de muestras de sangre de aves del Valle de Shenandoah. El ornitólogo había estado realizando una evaluación preliminar financiada por DuPont para determinar hasta qué punto la contaminación de la empresa en la cuenca podría haber afectado a la comunidad aviaria. DuPont corría el riesgo de enfrentarse a posibles acciones judiciales y, de manera prudente, durante el verano había aceptado financiar el trabajo de un equipo para evaluar qué tan costoso podría llegar a ser reparar los daños. Fiel a su naturaleza, Cristol no había vacilado durante su investigación. Él y sus estudiantes habían merodeado cerca de redes de alcedines a orillas de arroyos, arrinconado autillos chillones cerca de puentes y utilizado redes de niebla con decenas de especies de aves cantoras. Con agujas muy pequeñas, habían extraído gotas de sangre de aves antes de liberarlas cuidadosamente para que volvieran al entorno silvestre. Luego habían enviado sus muestras a un laboratorio de toxicología en Texas A&M, y habían visto cómo se consumían sus fondos a una tasa de $55 por muestra analizada.  

Bajo el sol abrasador sobre el South River, uno de los mayores contribuyentes al potente Shenandoah, y mientras las olas de calor ascendían desde los campos de heno recién segados, Cristol abrió un correo electrónico del laboratorio y leyó los primeros resultados de las pruebas.

"¡Por el amor de Dios!", gritó uno de los estudiantes.

"Leí los números como cinco veces para asegurarme de estar leyendo correctamente", recuerda Cristol. "La parte responsable nos estaba financiando, por lo que imaginé que DuPont seguramente vería lo que habíamos descubierto y respondería algo como: "Gracias, pero no gracias, ya hemos visto suficiente". Me preocupaba que después de este "vistazo seductor" no pudiéramos saber qué era lo que estaba pasando en realidad. Pero la verdad es que todos simplemente siguieron avanzando y nos dejaron proponer y responder cualquier pregunta nueva que surgiera".

Cristol y sus estudiantes habían descubierto que el derrame de mercurio de DuPont había penetrado mucho más profundo en la red de alimentación aviaria de lo que cualquiera pudiera haber esperado. No solo se descubrió mercurio en las aves de rapiña que se alimentaban de peces, como águilas pescadoras y águilas, sino que también estaba presente en sialias que revoloteaban muy lejos del contaminado South River. Había niveles de mercurio sorprendentemente altos en las plumas de vireos ojirrojos no ribereños cuyo canto indica que hay que mirar hacia arriba, bien arriba, hasta el punto más alto de los árboles para encontrarlo. Estaba presente en cucaracheros de Carolina aguerridos, golondrinas bicolores que vivían dando vueltas y zorzales solitarios. Incluso en la perlita grisilla, que pesa un minúsculo tercio de onza.

Pero sobre todo, el trabajo había sentado las bases para establecer un nuevo modo de restaurar las poblaciones de aves cantoras norteamericanas, que estaban reduciéndose en todo el país. La investigación de Cristol en última instancia ha perfeccionado un modo de hacer que los mayores contaminadores asuman la responsabilidad que les corresponde por algo tan profundo como por mucho tiempo intangible: un modo de calcular y definir la manera de compensar la cantidad de años en los que se han perdido aves.

"No podría haber un mejor lugar para evaluar los efectos del metilmercurio", me dijo Cristol en un puente sobre el South River en la ciudad de Waynesboro, mientras observábamos una planta química de 177 acres ubicada al sudeste. Durante unos 50 años, estas instalaciones que son como manchas grises construidas en 1928 por DuPont en laderas verdes, fabricaron algo llamado fibras de acetato, las cuales utilizaban mercurio como catalizador durante los primeros 20 años de operación.

Cabe destacar que DuPont nunca ha rebatido las alegaciones relacionadas con las grandes cantidades de mercurio que ha vertido en el South River. Desde que se detectó la presencia de mercurio en sedimentos del río y suelos de terrenos de aluvión cercanos a la planta en la década de 1970, la corporación ha estado intentando descifrar una manera de dejar su legado de contaminación atrás. Durante años DuPont financió un "Equipo Científico del South River" con una misión vaga. En el marco del mismo, funcionarios estatales y académicos monitoreaban los niveles de mercurio en peces, con la esperanza de que eventualmente las concentraciones disminuyeran. Nunca se observó dicha disminución. El análisis de las muestras continuó y en algunos peces se vieron niveles mayores a 4 partes por millón, casi el cuádruple del nivel registrado en los peces espada, cuyo consumo la recomienda evitar enérgicamente debido a los altos niveles de mercurio. No obstante, los funcionarios representantes del Estado de Virginia, (técnicamente el demandante clave en estos procedimientos tempranos) pareció no tener ni idea de qué medida tomar a continuación.

"Habían estado completamente desorientados", cuenta Nancy Marks, abogada sénior del equipo de abogados de la organización sin fines de lucro Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales (NRDC, por sus siglas en inglés). Bajo la dirección de Marks, el NRDC presentó la intención de demandar a DuPont a principios de la década del 2000, y de hacer que el asunto avanzara para dejar de consistir en monitoreo y pasar a la mitigación. "El remedio propuesto [por DuPont] era implementar un programa de monitoreo a cien años, pero nosotros sabíamos que el nivel de mercurio presente en el río era altísimo. Y DuPont era la única fuente obvia". A diferencia de las demás cuencas de los Estados Unidos, que han sido afectadas por numerosos contaminadores, la planta de DuPont en Waynesboro es la única industria que ha depositado mercurio en la cuenca del South River a lo largo de su historia. El volumen de mercurio presente en el ecosistema y cualquier daño que pueda haberle causado a las aves es culpa de DuPont, es imposible negarlo.

"Para nosotros no había nada que pensar", recuerda Marks. "Era un caso muy sólido". Este caso adquirió aún más fuerza debido a que el NRDC acababa de en una demanda en Maine utilizando la misma teoría legal. La demanda de Maine había ido a juicio, y si el tribunal le ordenaba a la empresa causante de la contaminación por mercurio, llamada Mallinckrodt, Inc., que pagara una indemnización, seguramente llegaría a deber millones de dólares (sumados a varios millones de dólares más que debería pagar en concepto de honorarios legales). Si bien DuPont se negó a hacer comentarios sobre este aspecto del caso, parece ser posible que la probabilidad de enfrentarse a un caso judicial del tamaño del de Maine les haya dado qué pensar a los directores de la empresa. Poco después de las medidas tomadas por el NRDC, la empresa firmó un decreto de consentimiento con los administradores del río, el Estado de Virginia, y el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos (USFWS, por sus siglas en inglés).

Pero al tratar de llegar a un acuerdo sobre el South River, DuPont comenzó a desatar otro nudo cuando aceptó financiar la investigación que determinaría el valor de su responsabilidad. Ese fue el momento en el que la figura de Dan Cristol entró en juego. Si la empresa realmente estuviera lista para pagar y resarcir a las comunidades de aves de la cuenca hidrográfica del South River, ¿cómo se calcularía ese costo? Por ejemplo, era obvio que se habían causado daños inmediatos y cuantificables a la pesca deportiva y a las personas que habían perdido la oportunidad de pescar e ingerir los pescados. Pero cuando los resultados de los análisis de sangre de las aves revelaron la presencia de metilmercurio en toda la comunidad aviaria, incluidas las aves cantoras que vivían muy lejos del río, Cristol se dio cuenta de que tenía la posibilidad de construir un caso de un alcance mucho mayor.  

Primero había que descubrir cómo era posible que las aves que no tenían ninguna relación con el río estuvieran absorbiendo tanto mercurio.

 

"No hay nada como que a uno le paguen para levantarse temprano para atrapar aves en una hermosa mañana de primavera", me dijo Cristol mientras bajábamos por la Ruta 340 para llegar a 10 de los 50 sitios de muestreo que había establecido durante sus siete años de estudio de campo del mercurio. "Pero cuando llegan las once de la noche y estás yendo a capturar autillos chillones con tus estudiantes y esperando que los traficantes de drogas locales no estén debajo del puente, piensas: ‘Esto es demasiado tedioso. Es horrible’". La pandilla callejera salvadoreña MS-13 está activa en el Valle de Shenandoah y en el área ya ha habido varios asesinatos, que incluyen al menos uno a orillas del río.

De todos modos, Cristol comenzó a diseñar e implementar un gran régimen de investigación con alumnos universitarios para recorrer el South River de arriba abajo. "Sabíamos que el mercurio tenía que provenir del alimento que consumían las aves. Y el único modo de descubrir qué estaban ingiriendo exactamente era capturarlas durante el acto". Al darse cuenta de que era casi imposible confiar en capturar a aves adultas mientras se alimentaban, Cristol descubrió que podría llevar un control de la dieta enfocándose en la segunda mejor opción: el alimento que los adultos les daban a sus crías.

Utilizando un método perfeccionado por ecologistas a principios de la década de 1990, Cristol y sus alumnos accedieron a cajas nido a hurtadillas mientras las aves adultas estaban cazando y colocaron pequeñas corbatas de alambre de plástico o "ligaduras" alrededor del cuello de los polluelos. "Teníamos que tener mucho cuidado", recuerda Cristol. "Si apretábamos demasiado, los polluelos iban a asfixiarse. Si la ligadura quedaba demasiado floja, el alimento iba a caer e íbamos a perder la muestra. Debíamos hacer todo con precisión para recoger al insecto perfecto y poder realizar las pruebas". El hecho de que ni una sola ave haya salido herida durante los años en los que Cristol tomó muestras de campo refleja el gran cuidado y la gran sensibilidad con que fueron tratadas. Esta tarea se realizó cientos de veces en varios sitios diferentes. En los buches de las aves había cosas de todo tipo. Grillos y lombrices. Moscas y mosquitos. Pero había un elemento inesperado entre las presas que causaba la mayoría de los problemas.

"El treinta por ciento de su dieta consistía en arañas grandes", cuenta Cristol. "Y esas arañas grandes aportaban el 70 por ciento de su mercurio". Las arañas son predadoras alfa en el mundo de los insectos. Se alimentan de insectos grandes que ya han ingerido a otros más pequeños, los cuales habían crecido en los sedimentos del río cargado de mercurio. Así como los peces espada y los tiburones terminan en depósitos debido a todo el mercurio que contienen sus presas, al igual que todo el mercurio que contienen todas las presas de sus presas, las arañas también terminan "biomagnificando" el mercurio presente en el ambiente y concentrándolo en su carne. Y después estaban depositando toda esta gran carga tóxica en las aves cantoras.

Se trataba de un descubrimiento revolucionario. "En el mundo de la ciencia , pero este descubrimiento cambiaba todas las reglas del juego. [Dan] marcó una gran diferencia en cuanto a [la comprensión de] cómo se comporta el mercurio en el medio ambiente", me explicó John Schmerfeld, del USFWS. A partir de ahora, cuando se analicen casos de contaminación por mercurio (aún hay decenas de casos de este tipo pendientes), los abogados probablemente irán más allá del análisis del sitio de contaminación inmediato y tendrán en cuenta las poblaciones de especies silvestres presentes en el entorno circundante, que abarca más espacio. Es una diferencia que podría cambiar la naturaleza de los acuerdos por casos de contaminación por mercurio en muchos casos en todo el país.

Ahora que ya había quedado claro el modo en el que el mercurio estaba llegando al torrente sanguíneo de las aves terrestres, el próximo paso era establecer a cuántas aves más había dañado el mercurio y cuál era la gravedad de los casos. Este número, la suma de dólares necesaria para hacer que la cantidad de aves volviera a los niveles anteriores a la actividad de DuPont, informaría el precio que se fijaría para llegar a un acuerdo. Una vez más, un régimen disciplinado y que requería mucho tiempo fue parte de la solución, así como también algunas negociaciones tensas para acceder a terrenos de propiedad privada. "Había dos tipos de personas a las que les pedíamos acceso", recuerda Cristol. "Por un lado, había gente a la que le preocupaba que fuéramos matones del ejército enviados por el gobierno para quitarles sus derechos de propiedad. Por otro lado, algunos individuos pensaban que trabajábamos para DuPont y queríamos envenenarlos". Necesitaron permiso para colocar filas y filas de pajareras a lo largo del río contaminado, así como también en afluentes cercanos no contaminados, con el fin de establecer poblaciones de golondrinas bicolores de referencia.

Al comparar a las golondrinas que se encontraban en franjas de territorio contaminadas con otras de áreas que no habían sido afectadas, Cristol y sus alumnos pudieron demostrar que en efecto la reproducción se estaba viendo afectada. En total registraron una disminución del 20 por ciento en la cantidad de crías en áreas con elevada presencia de mercurio. En el caso de otras especies más sensibles, como el cucarachero de Carolina, notaron que al aumentar los niveles de mercurio hasta tres partes por millón, las aves directamente eran más propensas a abandonar sus nidos.

El equipo de investigación también pudo comprender el ancho de la huella que había dejado el metilmercurio en la cuenca hidrográfica del South River. "Al hablar de la contaminación del río, hablar de la longitud es fácil", me explicaba Cristol. "Hablar del ancho es más difícil". Era obvio que había mercurio en los sedimentos del río. Pero dado que podían probar que había altos niveles de mercurio en insectos terrestres, pudieron comenzar a distribuirse en los terrenos de aluvión para observar cuáles eran las consecuencias. El mercurio se vuelve metilado (y por lo tanto puede penetrar en las membranas de las células) mediante la interacción con bacterias anaeróbicas en áreas que se encuentran húmedas con frecuencia. Los terrenos planos que se inundaban en forma regular a ambos lados del South River resultaron ser fábricas de metilación. En muchos casos se descubrió que las concentraciones de mercurio en aves e insectos eran aún más altas muchas millas río abajo que justo al lado de la planta contaminadora. Finalmente, con sus cajas nido y sus colecciones de insectos Cristol logró determinar que el mercurio había afectado más de 11,000 acres, una superficie mucho más amplia de lo pensado. Dos años y 900 estudios sobre aves más tarde, llegó a tener conocimiento de las densidades de cada especie de ave cantora del Valle de Shenandoah.

Con estos tipos de datos en mano, las partes involucradas en el acuerdo con DuPont pudieron calcular números—incluida la densidad de aves y el hábitat, los niveles de contaminación y el éxito reproductivo—y volcarlos en un modelo desarrollado a principios de la década del 2000. El modelo original evaluaba los daños que una compañía de barcazas le había ocasionado a un arrecife de coral de Florida. Pero la matemática básica del modelo se puede aplicar a una variedad de agentes y ecosistemas diferentes. "Una vez que uno tiene una idea de cuál es el daño, puede colocar eso en el modelo y al final en el otro extremo se obtiene el equivalente al caso teórico en dinero" sostiene Schmerfeld.

Pero aún quedaba por resolver una parte del rompecabezas para que los datos sirvieran en la corte. Correlación no significa causalidad como se dice tan frecuentemente en los círculos científicos. Para establecer una relación de causalidad había que realizar un experimento diferente. Un experimento que, para un gran amante de las aves como Cristol, demostraría ser el más doloroso de todos.

 

La epidemiología relacionada con el metilmercurio aún está evolucionando, pero la sustancia contaminante, a los niveles de concentración descubiertos en las franjas contaminadas del South River, presenta una tendencia diabólica a interferir profundamente en los procesos vitales en lugar de asesinar de una vez. Se forma cuando bacterias anaeróbicas unen un "grupo metilo" de átomos de carbono e hidrógeno a un átomo de mercurio. El proceso de metilación transforma mercurio inorgánico relativamente inerte en algo que se asimila más fácilmente e incluso puede pasar la "barrera de la sangre" para llegar al cerebro. La tendencia del metilmercurio de unirse a proteínas que contienen sulfuro y son fundamentales para el sistema nervioso y el metabolismo puede causar múltiples fallos. Las aves pueden perder eficacia para capturar presas, así como también presentar un cambio de comportamiento que los científicos llaman "tenacidad de nidificación". Puede alterar la respuesta inmunitaria, estimular trastornos de tipo autoinmune, cambiar la expresión de las hormonas reproductivas, y limitar la capacidad de un animal de responder al estrés.

Pero aunque las consecuencias del envenenamiento con mercurio en la salud de los vertebrados están claras, es extremadamente difícil atar la pérdida de aves a un único hecho de contaminación por mercurio. El mercurio probablemente estaba causando fallas de nidificación en los ejemplares considerados en la investigación de campo de Dan Cristol, pero otros factores confusos como un repunte en la cantidad de depredadores invasivos u otra sustancia contaminante también podrían haber desempeñado un rol. Para fortalecer el caso por causalidad real, Cristol tenía que incluir una fase basada en estudios de laboratorio en los que los animales cautivos se aislaran y se sometieran a una dieta con alto contenido de mercurio de manera intencional. Estaba claro que para Cristol esta parte de su investigación era más problemática. "No podría encontrar una justificación ética", me dijo al abrirme la puerta de un establo para ganado reconvertido en el campus de William and Mary, "si no fuera porque creo que colocar a especímenes en jaulas salvará a muchas otras aves en el ámbito silvestre".

En el laboratorio había cientos de pinzones cebra que piaban y aleteaban y picoteaban pilas de alpiste de muchos colores que los técnicos del laboratorio habían denominado "piedritas con sabor a fruta". Una marca negra o naranja en la etiqueta de una jaula indicaba si los ejemplares que se encontraban dentro estaban consumiendo piedritas con sabor a fruta limpias, o si como parte del experimento se les estaba dando alimento que contuviera dosis de metilmercurio iguales a la concentración que presentaría un filete de pez espada. Cristol y sus alumnos siguieron esta línea de investigación durante seis años con la misma dedicación y el mismo rigor que en sus estudios de campo. Repitieron los ensayos de nidificación que habían realizado a lo largo del South River. Evaluaron la memoria de las aves escondiendo alimento en uno de diez comederos y luego examinando la eficiencia del ave para volver a encontrar el alimento una hora más tarde. Comprobaron la capacidad de los pinzones de regular su nivel de estrés como lo indicaban los niveles de la hormona corticosterona. Incluso examinaron sus cantos y los compararon con las distorsiones en las canciones de tono bajo que habían observado en el campo. La verdad es que evaluaron tantos factores diferentes, incluida herencia y aprendizaje de cantos a lo largo de varias generaciones, que en este artículo sería imposible detallarlos todos.

El enfoque meticuloso vuelve a la pasión central de Cristol: salvar vidas de aves. "Este es el peso de la evidencia", me dijo, cerrando la puerta a los cantos y píos en el laboratorio. "Después de que los abogados libren su batalla, un juez dictaminará que está claro que ha habido un fuerte efecto. Se perdieron aves año tras año".

Los experimentos de laboratorio demostraron lo que Cristol estaba observando en el campo. El metilmercurio estaba perturbando las mentes de las aves de manera considerable, en especial su memoria espacial. Las aves que se encontraban en el entorno silvestre necesitaban contar con todas sus facultades para viajar miles de kilómetros para llegar desde Virginia a América del Sur.

Los estudios de laboratorio y de campo finalmente se compaginaron en un expediente y se entregaron a las partes involucradas en el acuerdo de consentimiento. Habiendo corrido con todos los gastos asociados a esta investigación y visto como se acumulaba la evidencia que mostraba efectos adversos en las aves, DuPont llegó a la mesa de negociación de manera pacífica.

A fines de julio, un juez federal referido a los daños causados por DuPont en relación con el mercurio. "DuPont cumplirá con su compromiso de proporcionar $42.3 millones de dólares para apoyar proyectos de restauración en las cuencas de South River y South Fork Shenandoah", afirma Mike Liberati, director del proyecto para el South River del Grupo de Reparación Corporativo de DuPont. "Nos comprometemos a trabajar en estos proyectos con todas las partes interesadas del área de Waynesboro".

Alrededor de $2.5 millones se destinarán a la conservación aviaria, y otros $19.5 millones se dedicarán a "protección de tierras, adquisición de propiedades y mejoras recreativas y relacionadas con la vida silvestre", mejoras que podrían beneficiar a las aves cantoras en forma directa.

Los que son cercanos al caso enfatizan que, a la hora del veredicto final, el rigor de la investigación de Cristol resultó ser esencial. "Realmente utilizamos a las aves para representar la totalidad de los daños ocasionados a la vida terrestre", explica Anne Condon, una exalumna de Cristol que supervisó el caso de los daños a los recursos naturales para el USFWS. "No sé qué habríamos hecho si no hubiéramos tenido los datos de Dan".

 

Parece apropiado que el acuerdo con DuPont sobre el South River se haya celebrado justo cuando Dan Cristol decidió comenzar un año sabático. Si bien se encuentra sumamente involucrado en la vida de sus alumnos y casi ha incorporado estudiantes universitarios a todas las fases de la investigación sobre el mercurio, lo que más ama son las aves. Sus hijas adolescentes Índigo y Lazuli llevan esos nombres por dos especies de colorines, y el primer viaje de su año sabático fue a Dakota del Norte para ayudar a su padre, igual de obsesionado con las aves que él, a obtener un gorrión sabanero pálido o una bisbita llanera para agregar al animal a la lista del pater familias. Mientras avistábamos aves en forma casual en una franja de bosque del campus una semana después de la graduación, Cristol prácticamente parecía estar saltando de alegría por dar inicio a un período de libertad. Sonriendo y mirando a través de sus binoculares, me dijo: "Esta es la única semana del año en la que hay más reinitas estriadas que estudiantes en el campus".

Pero aunque Cristol esté por tomarse un período sabático, está por llegar una fase mucho más difícil. "Ahora comienza el trabajo", cuenta Schmerfeld, del USFWS. "¿Cuántos años trabajamos para llegar a un acuerdo? Ahora la gente necesita usar el dinero para ayudar a la vida terrestre de manera inteligente. Eso siempre es difícil. Siempre que se hace un cheque por una cifra alta, el interés público aumenta".

De hecho, decidir de qué manera se gastará el dinero en el terreno probablemente representará la fase más polémica del proceso para remediar la pérdida de aves durante años, en gran parte porque en realidad no es posible quitar el mercurio de la totalidad de los 11,000 acres que fueron afectados por la planta de Waynesboro. Es verdad que se pueden estabilizar las márgenes del río repletas de mercurio. Pero para eliminar todo el mercurio sería necesario remover vastas porciones de suelo y almacenarlas en una instalación para desechos tóxicos. Se tendrían que realizar acuerdos adicionales con diferentes propietarios de tierras a lo largo de más de 100 millas de río. Todas las partes involucradas en el acuerdo se dan cuenta de que se deberán crear "nuevos años de vida de aves" fuera de la parte contaminada del South River para compensar los años en los que se perdieron aves.

El mejor modo de recuperar esos años de las aves se puede interpretar de muchas maneras diferentes. Teniendo en cuenta que el gobierno federal maneja a las aves migratorias, lo cual incluye a casi todas las aves cantoras, $2.5 millones del acuerdo se podrían destinar a la protección de cualquier parte del hábitat incluido en el camino que recorran las aves al migrar. Comprar tierra fuera de los Estados Unidos podría terminar siendo la manera más rentable de remediar estos daños. "Desde el principio comenzamos a descubrir que uno puede restaurar el hábitat del Shenandoah todo lo que quiera", dice Schmerfeld, "pero eso puede no marcar una diferencia tan grande como la que representaría proteger el hábitat de hibernación". Cristol concuerda. "Con la misma suma de dinero se podrían recuperar diez veces más años de vida aviaria en Belice que aquí. Se protege a las mismas aves, solo que eso se hace en su hábitat invernal".

La adquisición de ese hábitat y cualquier otro proceso para remediar la situación comenzará justo cuando Cristol comience a hacerse preguntas más grandes relacionadas con su período sabático. La pregunta más perturbadora que se realizará será si realmente ha calculado la totalidad de los daños ocasionados a las aves de manera correcta. Desde las sombras lo atormenta la posibilidad de que lo que haya calculado sea solo un mero eco del daño real. Muchas otras aves pueden haberse envenenado hasta un punto tal que no hayan sido capaces de levantar una ramita, y ni hablar de competir con otras aves para construir un nido en una de las pajareras de prueba. A esas aves perdidas nunca se las habría considerado en el estudio. "¿Cuántas aves murieron sin que pudiéramos verlo?" Ahora Cristol se lo pregunta. "Estamos diciendo que cada vez que nidificaron se perdió el 20 por ciento". Pero después pienso: "Todos esto es caer en la trampa de la industria". Ni siquiera estamos considerando a todas las aves que ya no estaban y por lo tanto no se pudieron examinar".

Para cualquier persona ajena al mundo de la ciencia académica, el trabajo sobre el mercurio del South River parecería ser exactamente el tipo de construcción de un caso de manera paciente y juntando evidencia, lo que el mundo necesita en esta era de noticias falsas y hechos alternativos, y eso sin mencionar un enfoque que incluso puede ser más importante de cara al futuro, si los esfuerzos del gobierno de Trump para llegan a tener éxito. Parecería ser que la naturaleza no tiene mejor defensa que una buena investigación. Pero para Dan Cristol, un hombre que ha organizado su vida en base a las aves salvajes, el ritmo al que avanza la ciencia es demasiado lento y eso le causa dolor. No pasa un año en el que no note la desaparición de una reinita del bosque de su casa o la disminución de golondrinas en el ala que se encuentra cruzando las praderas locales.

"Cuando comencé pensé que debía sumarle algo al saber. Creí que debía convertirme en un científico". Hoy sacude la cabeza y piensa en todos los años de aves perdidas en el mundo mientras el trazó su camino angosto con diligencia. "Ahora esa forma de pensar pareciera ser un lujo. Ahora solo el hecho de ser un científico parece egoísta. Al final", me dice mientras nos despedimos, "debería haberme convertido en un activista".

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