脕ngel Gonzalez dej贸 de cazar aves gracias a su hija. Una noche, el campesino lleg贸 a su casa en medio de las monta帽as al oriente de Colombia, con una Pava Andina bajo el brazo, y su escopeta colgando del hombro. Furiosa, su hija, entonces de seis a帽os, lo llam贸 criminal, y le pregunt贸 qu茅 le hab铆a hecho el animal similar auna gallina para que 茅l decidiera quitarle la vida. Conmovido, Gonzalez le dijo que no hab铆a carne en la casa. Ella, obstinada, le respondi贸 que entonces comer铆an huevos de gallina, o cualquier otra cosa. Gonz谩lez se tom贸 su preocupaci贸n en serio. Desde ese d铆a, empez贸 a ver las aves silvestres de manera diferente 鈥 ya no las caza. El ca帽贸n de la escopeta se convirti贸 en un tubo de metal para trabajar en la casa. La culata de madera ardi贸 en el fuego que calienta la casa campesina.
Gonzalez nos cuenta esa historia despu茅s de mostrarnos emocionado siete cochas de Soat谩鈥 (tambi茅n llamadas changos colombianos), una ave en peligro de extinci贸n y el registro n煤mero 1.347 en nuestra traves铆a para completar el primer Big Year en el pa铆s. El campesino es hoy un gu铆a de aviturismo en G谩mbita, en el departamento de Santander, y uno de tantos guardianes de las aves que hemos encontrado durante los m谩s de 10 mesesia, contando la mayor cantidad de aves posibles en 2021.
Hemos descubierto de primera mano la riqueza de nuetsro pa铆s, que tiene la mayor diversidad de aves del mundo. Hemos cubierto 10.439 millas (16.800 kil贸metros) de carreteras, hemos bajado desde altas y nubladas cumbres hasta vastas llanuras que se extienden hasta donde alcanza la vista, divisando docenas de especies de aves a trav茅s de la ventanilla de nuestra camioneta. Hemos atravesado 248 millas (400 kil贸metros) de r铆os en lanchas, llegando hasta remotos parajes sagrados en el Amazonas colombiano, inaccesibles por otras v铆as. Trece vuelos nos han permitido llegar a 28 departamentos de Colombia, y hemos andado a pie 733 millas (1,180 kil贸metros), maravillandonos ante las aguas cristalinas corriendo sobre lechos rosados; ante peque帽os colibr铆es enfrentarse como guerreros medievales, blandiendo sus picos como armas; y ante brillantes ojos azules o plumajes amarillo intenso que hemos divisado al aventurarnos dentro de bosques.
Unas 1,800 tazas de caf茅 e incontables vasos de agua de panela fr铆a con lim贸n han amenizado apasionadas conversaciones sobre conservaci贸n con personas afrocolombianas, ind铆genas, campesinos, ni帽os y guardabosques comunitarios. Hemos acostado nuestras cabezas en 220 almohadas, muchas de ellas cedidas por las familias que nos abren las puertas de su hogar y duermen en hamacas durante nuestra visita.
A menos de dos meses de terminar de recorrer los cuatro departamentos restantes, sabemos que experimentaremos muchas m谩s despedidas llenas de l谩grimas con familias que, como Gonzalez, no solo nos han abierto las puertas de su hogar, sino que nos han mostrado lo que se dedican a proteger.
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