Envuelta en un traje de camuflaje Ghillie, Gabriela Tavera observó desde las sombras cómo la mancha gris azulada del águila arpía se abalanzaba para matar. En cuestión de segundos, las enormes garras del águila habían destripado a la zarigüeya que Tavera acababa de liberar. La bióloga conservacionista estaba luchando contra la culpa que sentía por sacrificar un animal para alimentar a otro, pero algo cambió cuando el ave de rapiña la miró con su intrépida mirada de obsidiana. “Había sido un desastre emocional y estaba cuestionándome la alimentación en vivo”, dice Tavera. “Pero en ese momento me di cuenta de que se trataba de algo mucho más grande”.
Tavera estaba alimentando al ave como parte de un proyecto al que ella y sus colegas habían dedicado varios años agotadores: un esfuerzo por devolver a su hábitat natural a un par de águilas arpías rescatadas. En septiembre de 2023, en Bolivia, su perseverancia dio frutos con la primera rehabilitación de este tipo del águila -la más poderosa del mundo-, un triunfo que, por momentos, parecía difícil.
Siniestramente hermosa, con su cresta de corona de tirano, su plumaje ahumado y sus garras colosales, el águila arpía alguna vez ocupó una vasta zona de distribución que se extendía ininterrumpidamente desde los bosques tropicales de las tierras bajas del sur de México hasta el norte de Argentina. La especie, un depredador ápice encaramado precariamente en la cima de la cadena alimentaria, nunca fue muy abundante; una pareja reproductora puede necesitar 52 kilómetros cuadrados o más de bosque saludable para encontrar presas y sitios adecuados para los nidos, que construyen en la copa de los árboles más altos. A medida que la expansión agrícola y la tala selectiva arrasaron con sus bosques nativos en América Central y del Sur, y la persecución humana se incrementó, la especie estuvo entre las más afectadas y de primeras en desaparecer. por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, esta ave de rapiña ya ha perdido alrededor del de su hábitat histórico y está extinta localmente en gran parte de su distribución anterior.
En Bolivia, uno de los pocos países de América del Sur que todavía carece de un censo de la especie, la situación del águila arpía sigue siendo desconocida. “Creemos que su población ha disminuido, pero sin una estimación, no sabemos cuántas quedan”, dice Kathia Rivero, conservadora de zoología del Museo de Historia Natural Noel Kempff Mercado.
Fue la tala de las inmensas ceibas que acunaban sus nidos lo que llevó al rescate, en 2018, en Bolivia, de dos polluelos de águila arpía no emparentados y con solo un mes de diferencia en edad. Roque y Luna, nombres de los polluelos macho y hembra, fueron llevados a un centro de rescate de vida silvestre en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y poco a poco recuperaron la salud.
El biólogo jefe del centro, Raúl Rojas, había hablado de devolver las aves a su hábitat natural, una tarea desafiante y costosa que se había logrado con águilas arpías rescatadas en otras partes de América del Sur pero que nunca se había intentado en Bolivia. Sin embargo, el proyecto se detuvo en 2020 cuando Rojas falleció de COVID-19 durante la pandemia. A medida que pasaba el tiempo y los aguiluchos crecían, las habilidades críticas de supervivencia no se desarrollaron y su adaptación al contacto humano aumentó. El estrecho margen para la rehabilitación se estaba cerrando rápidamente. “Mucha gente pensó que era una causa perdida, y sabemos que no hay garantías de rehabilitar la vida silvestre”, dice Rivero. “Pero algunos de nosotros pensamos que aún valía la pena intentarlo”.
Rivero consultó con especialistas en rehabilitación de aves de rapiña y reunió a un equipo de colaboradores, financiadores y voluntarios. Entre este último grupo estaba Tavera, quien anteriormente había trabajado en un programa de conservación del gato andino, en peligro de extinción. “Nunca antes había trabajado con aves, pero la situación con las águilas me rompió el corazón, así que me inscribí de inmediato”, dice ella.
En 2021 las águilas fueron trasladadas al Bioparque Curucusí, un zoológico en las afueras de la ciudad. Quedaron alojadas en un gran recinto de vuelo aislado dentro de un fragmento de selva tropical para que pudieran desarrollar los músculos y la coordinación necesarios para volar en el hábitat natural y aclimatarse en ese lugar. Tavera y sus colegas hicieron todo lo posible para reducir la adaptación de Luna y Roque a los humanos, como usar trajes cuidadosamente camuflados para mezclarse con las sombras de los árboles cada vez que entraban al recinto. Aún así, preparar a las aves de rapiña para la selva tropical también requeriría preparar sus instintos depredadores alimentándolas con presas vivas.
Siguiendo estrictas pautas éticas, la alimentación comenzó con animales domésticos como gallinas, patos y conejos. Poco a poco, se incluyeron animales salvajes, como perezosos, monos y lagartos tegu, para familiarizar a las aves con las presas comunes. “Incluso, como bióloga, era un desafío alimentarlas con presas vivas”, dice Tavera. “Pero estas son aves de presa y sólo estarían listas para ser liberadas cuando pudieran sobrevivir en el hábitat natural”. A principios de 2023 las águilas ya habían perfeccionado sus habilidades de caza y no se podía retrasar su liberación. Aun así, localizar un lugar de liberación adecuado se convirtió en otro desafío dadas las amenazas que enfrenta el águila en el hábitat natural.
El primer lugar considerado fue el tramo de bosque donde habían sido rescatadas las águilas. En un extraño giro, mientras inspeccionaba el área, Tavera se encontró con el hombre que derribó el árbol que sostenía uno de los nidos. “Hablar con él me hizo cambiar de opinión. No podía verlo como 'el malo'”, dice. “Sin acceso a la educación debido a su pobreza, no entendía el daño que había causado ni sabía qué era un águila arpía”.
Sin embargo, las presiones de tala rápidamente descartaron esa zona y varias otras. Finalmente se descubrió un sitio adecuado en Cinma San Martín, un área de bosque gestionada de forma sostenible en la región del Bajo Paraguá de Santa Cruz. Las 119,382 hectáreas de selva tropical prometían un hábitat óptimo, con amenazas mínimas por parte de los humanos y muchas presas.
El día de su liberación, las águilas, equipadas con transmisores de radio, fueron transportadas en avioneta durante seis horas hasta el lugar de liberación, donde el equipo esperó nerviosamente en tierra. Luego, las aves fueron llevadas en cajas a un espacio abierto cercano para ser liberadas. Roque, el macho, desapareció rápidamente en el bosque mientras Luna se posaba en una rama alta, observando a los humanos reunidos abajo antes de finalmente perderse de vista. “Sentí alivio y tristeza”, dice Tavera. “Y luego empecé a preocuparme por las posibilidades de que sobrevivan”.
A pesar de esos temores, las águilas no sólo han sobrevivido: están prosperando. La pareja se separó poco después de su liberación, frustrando las esperanzas del equipo de que se convirtieran en una pareja reproductora. Sin embargo, desde septiembre, los datos del transmisor muestran que han estado explorando el área para establecer sus propios territorios. El ritmo de su actividad también indica que han estado adquiriendo suficiente energía cazando. En diciembre, después de tres meses de cuidadosa observación, el equipo declaró oficialmente que la reintroducción fue un éxito.
El éxito ha alimentado el optimismo de lograr el mismo resultado con varias otras águilas arpías que languidecen en centros de rescate del país. “Con Luna y Roque adquirimos la experiencia práctica y las habilidades necesarias para devolver más de estas aves a su hábitat natural”, dice Tavera. Aunque prepararlas para su liberación haya sido la primera vez que trabaja con aves, no será la última: Tavera pronto liderará el componente de rehabilitación de un nuevo programa nacional de conservación de águilas arpías impulsado, en parte, por el éxito de Luna y Roque. No podría estar más feliz de volver a ponerse el traje ghillie.